domingo, 14 de marzo de 2010

el humorista y la repetición


Es curioso como algunos humoristas han convertido la necesidad en virtud. Su profesión consiste en desatar la risa por parte del espectador. El mecanismo habitual para ello es la sorpresa, la novedad, en definitiva, la recurrencia a una inesperada absurdidez. Sin embargo, la reiterada profesión de la broma tiende inevitablemente a la repetición. Aquí las recurrencias formales son tomadas como material estilístico que permite la identificación del espectáculo humorístico a lo largo del tiempo, caracterizando su intima autenticidad. Es el momento en que el acontecimiento singular se torna ritual; la recurrencia formal del sistema revela su artificiosidad al mismo tiempo que convierte ésta en material prefijado para futuras bromas. La risa no es producto de la sorpresa, sino de la identificación, el reconocimiento; una arista más del fenómeno fan. Lo que hace gracia es lo dejà gracioso de antemano; humor y recuerdo se reconcilian por medio de una subordinación del primero al segundo. El humorista encasillado en un rol preciso ofrece un parámetro de bromas perfectamente reconocible que cumple la doble función de distinción (frente al anárquico amateur/ gracioso de barra que aprovecha la circunstancia acomodandose a ella, el profesional SÍ tiene un parámetro humorístico prefijado del cual, dado su status privilegiado, no ha necesidad de desmarcarse un ápice, aun cuando ello suponga el desdeñar unos preciados mecanismos de risión que han quedado fuera; de hecho, su autoridad se manifiesta fundamentalmente a través de esa autárquica y endogámica actitud de autosuficiencia) e identificación (ante al público el público exigente y ya conocido). En España es bastante inusual la mezcla entre dos modeles manifiestamente antitéticos: a) la “ironía inteligente” basada en alusiones socioculturales, articulada por medio de juegos de palabras y bien tramadas narraciones que tienden a redundar en una superioridad crítica por parte del humorista (v.g. Buenafuente); y b) la “parodia bufonesca” (v.g. José Mota), donde el humorista y el objeto sobre el cual se proyecta la risa se sitúan al mismo nivel; se produce, por tanto, una simultanea subestimación del objeto y el sujeto de risión, y correlativamente del acto mismo de risa por medio de la cual el espectador se rebaja implícitamente a aceptar las condiciones de su propia bufonería. Así, este la supervivencia de este modo humorístico suele estar reñido con los fenómenos de toma de conciencia. Allí donde el propio espectador se ve tal y como es, esto es, rebajado a la condición de idiota, allí la risa burlesca es sustituida por la mueca que produce el esperpento.

1 comentario:

  1. déja vú a go-go: mientras leía tu post -a las 20.43, hora antillas andinas- todo se fue a negro. Puro stand-up. Congratuléichons.

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