lunes, 29 de marzo de 2010

Barceló: el “clásico” insoportable.

Fernando Castro Flórez.

Es indignante. Peor: es lo último. Ahora ya puedo morirme tranquilo. Alfombra roja, confetis, champán: el acontecimiento del siglo. A la basura con las consignas de los soviets. Todo el poder para Barceló. Si hay que petar el museo, cualquier cosa cara es válida. Abran puertas del Prado de par en par que tiene que entrar, gordo como un tonel, el gran impostor de la pintura contemporánea española. Ni Miró, ni Picasso, ni Dalí. Tàpies está, valga la terminología militar, desaparecido en combate. Que tiemblen Velázquez, Goya y El Bosco. El pintorcete de las paellitas, las librerías del analfabeto, el gotelex marino y la blandenguería dibujística nos va a enseñar a vivir. No puede soportarse tanta “papanatería”. La cosa ha sido clarísima: había que fabricar, a estas alturas, un pintor mítico, heroico, romanticoide. No faltaron críticos casposos y poetas de tres al cuarto para cantar las excelencias de tamaño (aunque sea más bien canijo) impresentable.
En cualquier caso la culpa no es solo suya (sus esfuerzos no han sido necesariamente los de convertirse en un pintor “inflado”), aunque sea, no cabe duda, el que perpetra impunemente unos cuadros bodriosos. Los nefastos son los que se cuadran a su paso, los que lloran de emoción, los que impostan la voz, vale decir, lo que están con Barceló que no cagan. El último acto será, como es lógico, demencial. Lo dicho: que abran el portón de la eternidad a Barceló y, por favor, que no vuelva a salir de ahí.
En picado barrena podrá ya exponer cerca de Patinir el último apadrinado de la corte-curatorial-apolillada. Si los historiadores protestan, peor para ellos. Toda sea por las colas (dicho sin morbo erótico). Lo importante es, insisto, que los suplementos del fin de semana den el aviso con platillos y trombones y ya comenzarán todos a saltar alborozados. Barceló, engreído, místico, dantesco y osado explorador del Mali legendario, nos orientará en medio del desierto y de la penuria del presente.
Hemos entrado en tal confusión que ya no tienen importancias las lamentaciones epocales. Todo está, en plena estética banal, legitimado. La puerta que se abre, sin venir a cuento, para Barceló es la del sinsentido. Por fin será posible ver, en el Reina Sofía, a Rubens o unas hachas de silex o un traje de lagarterana. Barceló está, literalmente, hasta en la sopa y ahora parece que algunos han decidido que hay que canonizarle como un “clásico”. La estrategia mezcla, como es habitual por estos pagos, torpeza, irreflexividad y prepotencia.

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